En ocasiones, desde la sociedad civil, nos centramos tanto en la incidencia política y en presionar para que las cosas avancen, que nos olvidamos, aún con gobiernos y programas comprometidos, de los desafíos de la implementación pública y privada.
Hace pocos días tuve la oportunidad de participar en una reunión informativa y de debate con el equipo de un programa nacional para revisar el tema de la PrEP. Fue una reunión muy interesante y reveladora. En este caso porque las preguntas y dilemas no tenían necesariamente que ver con los recursos, ni remotamente con cuestiones de prejuicios o moral. Si no con preguntas muy legítimas sobre su implementación responsable. Sobre la que muy pocos tienen respuesta alguna.
El bagaje de evidencias deja poco margen quizás para discutir su eficacia. Desde el punto de vista científico y académico, por ejemplo, en personas que toman la PrEP en forma adherente y además usan otros recursos de la prevención combinada como los preservativos y lubricantes. Y además, como lo hemos mencionado, la PrEP ha sido ya recomendada en forma contundente por la Organización Mundial de la Salud. Aun así, necesitamos todavía dar el espacio para el debate que favorezca su aceptabilidad tanto de algunas organizaciones y redes de sociedad civil, como por parte, de los gobiernos y sus programas.
Lo que hace falta es información sobre su implementación. Por ejemplo, la OMS recomienda el uso de la PrEP en parejas serodiscordantes y en personas con “riesgo sustancial”, es decir personas con una incidencia del 3/100. ¿Quiénes son? ¿Cómo las encontramos, les ofrecemos la PrEP, las informamos y logramos la máxima adherencia? Son todas preguntas válidas, la mayoría sin respuestas o fórmulas. Tenemos algunas experiencias en algunos sistemas de salud de países desarrollados que la entregan en clínicas de salud sexual o por medio de las organizaciones con vínculos con las comunidades, y así logran 1) distribuirlo entre personas de riesgo sustancial y 2) que las personas que lo reciben sean VIH negativas, y seguir testeando cada tres meses, para saber que lo siguen siendo.
Hay otros países, como el Brasil y otros en África, que están empezando programas de PrEP a mayor escala, y quizás nos sea muy útil aprender cómo funciona en esos contextos. Habrá que promover una cooperación técnica y horizontal. Pero un abordaje responsable de nuestra parte es sentarnos junto a los programas dispuestos a "entrarle a la PrEP", a pensar la forma más eficiente y responsable de hacerlo, como también acompañar realizando acciones de concientización y educación comunitarias y de pares.
Quizás lo más peligroso que pueda estar pasando con la PrEP, es el acceso cada vez más extendido (“in the wild”, directo y online) fuera de los servicios de salud que pueda resultar en personas sin testear usando la PrEP que compran en Internet, todo por fuera de la línea del radar de los profesionales de la salud y los programas nacionales; es decir, potencial mal uso y perdida de información estratégica. Aquí debemos ser muy proactivos desde todos los sectores.
Todavía no hay un consenso pleno en la sociedad civil, quizás se vea más adhesión en organizaciones LGTTBI que trabajan en VIH, pero no más allá. Y lo peor que nos puede pasar es volvernos dogmáticos y anular el debate. Mejor discutir sin predicar, y tratar de colaborar, aunque sea, a despejar algunas dudas, sin “catequizar".
Yo sigo pensando que la PrEP, junto con el tratamiento para todos, en aquellos países donde sea posible a una mayor escala va cambiar, para bien, la respuesta al VIH. Lo que desconozco, y es razonable que así sea, es como se puede implementar, sobre todo desde el sector salud. Pero si estoy dispuesto a colaborar en los debates, en capturar otras experiencias y en acompañar a aquellos programas dispuestos a su uso. La eficacia de la PrEP no está sólo en su composición química y en su accionar profiláctico en el cuerpo, sino en cómo llega a sus usuarios. Y en esto último tenemos un largo camino por recorrer, aprendiendo juntos.